San Juan Crisóstomo

Jesús dijo a sus discípulos: No hay árbol bueno que dé frutos malos, ni árbol malo que dé frutos buenos: cada árbol se reconoce por su fruto. No se recogen higos de los espinos ni se cosechan uvas de las zarzas.
El hombre bueno saca el bien del tesoro de bondad que tiene en su corazón. El malo saca el mal de maldad, porque de la abundancia del corazón habla la boca.
¿Por qué ustedes me llaman: «Señor, Señor”, ¿y no hacen lo que les digo?
Yo les diré a quién se parece todo aquel que viene a mí, escucha mis palabras y las practica. Se parece a un hombre que, queriendo construir una casa, cavó profundamente y puso los cimientos sobre la roca. Cuando vino la creciente, las aguas se precipitaron con fuerza contra esa casa, pero no pudieron derribarla, porque estaba bien construida.
En cambio, el que escucha la Palabra y no la pone en práctica, se parece a un hombre que construyó su casa sobre tierra, sin cimientos. Cuando las aguas se precipitaron contra ella, en seguida se derrumbó, y el desastre que sobrevino a esa casa fue grande
.

El Evangelio de la parábola de las dos casas nos invita a mirar más allá de lo visible y lo inmediato. Una construcción puede ser hermosa a la vista, pero si carece de cimientos firmes, tarde o temprano se vendrá abajo. Lo mismo ocurre con la vida del ser humano: podemos dar una buena imagen, mostrar logros, sonrisas, amistades y éxitos, pero si no tenemos una base sólida en lo profundo del corazón, todo eso se tambaleará en cuanto llegue la primera tormenta.

Las pruebas, las crisis y los momentos de oscuridad forman parte de la existencia. Nadie está exento de ellas. Y es allí donde se revela sobre qué hemos edificado nuestra vida. Si hemos levantado nuestra casa sobre la arena de las apariencias, de la autosuficiencia o de la comodidad, el agua y el viento arrasarán con todo. En cambio, si hemos cavado hondo y puesto nuestro fundamento en Cristo, ninguna tempestad podrá derribarnos.

Lo que no se ve es lo que sostiene. Igual que las raíces ocultas de un árbol le permiten resistir los vendavales, así también la fe, la oración, la vida sacramental y la coherencia interior son los cimientos que nos mantienen firmes. La roca que no falla es Jesús: su Palabra, su amor incondicional, su presencia en la Eucaristía.

Por eso este Evangelio no es solo una advertencia, sino una invitación. Nos anima a revisar sobre qué estamos edificando nuestra existencia: ¿sobre el ruido pasajero de lo que brilla por fuera, o sobre la solidez de lo eterno? Cada decisión, cada gesto de fidelidad, cada acto de amor auténtico, va poniendo ladrillos en esa casa que resiste los vientos.

Construir sobre roca lleva más tiempo, más esfuerzo, más paciencia, pero es lo único que asegura un futuro que no se derrumba. Jesús no nos promete que no habrá tormentas; nos asegura que, si estamos unidos a Él, nunca quedaremos destruidos.

Ustedes se elevan y se ponen por encima de los miedos vulgares, mientras que en secreto tienen el alma más cobarde y miedosa, la más débil ante el primer peligro que los amenaza, la menos firme ante los acontecimientos. Se llenan de coraje contra la verdad, pero no tienen fuerzas contra el mundo, y hacen demostraciones de valor loco contra Dios. (Sermón sobre la Palabra)


San JUAN CRISÓSTOMO (349-407) fue un obispo y uno de los Padres de la Iglesia más influyentes. Nació en Antioquía y se destacó como gran predicador, por lo que recibió el sobrenombre de Crisóstomo (“boca de oro”). Fue Patriarca de Constantinopla, donde defendió con valentía la fe y denunció las injusticias, incluso de los poderosos, lo que le valió persecuciones y destierros. Es recordado por su elocuencia, sus escritos sobre la Sagrada Escritura y su amor por los pobres. La Iglesia lo venera como Doctor de la Iglesia y uno de los más grandes maestros de la predicación cristiana.