Jesús se dirigió a una ciudad llamada Naím, acompañado de sus discípulos y de una gran multitud. Cuando se acercaba a la puerta de la ciudad, llevaban a enterrar al hijo único de una mujer viuda, y mucha gente del lugar la acompañaba.Al verla, el Señor se conmovió y le dijo: No llores.Después se acercó y tocó el féretro. Los que los llevaban se detuvieron y Jesús dijo: Joven, yo te lo ordeno, levántate.El muerto se incorporó y empezó a hablar. Y Jesús se lo entregó a su madre.Todos quedaron sobrecogidos de temor y alababan a Dios, diciendo: Un gran profeta ha aparecido en medio de nosotros y Dios ha visitado a su Pueblo.El rumor de lo que Jesús acababa de hacer se difundió por toda la Judea y en toda la región vecina.
La compasión de Jesús no era un sentimiento pasajero ni una simple lástima frente al dolor humano. Era un amor profundo, que lo movía siempre a la acción. Cada vez que el Evangelio dice: “Jesús se compadeció”, inmediatamente después lo vemos curando a un enfermo, dando de comer a los hambrientos, consolando a los que lloran o devolviendo la esperanza a los marginados.La compasión de Jesús nace de un corazón que sabe mirar con los ojos de Dios. Donde otros veían pecadores, él veía hijos amados; donde había multitudes cansadas y sin rumbo, él reconocía ovejas que necesitaban un pastor. Su compasión no juzga, sino que abraza; no se queda en palabras, sino que transforma las heridas en vida nueva.Esa misma compasión hoy se extiende a cada uno de nosotros. Jesús se acerca a nuestras pobrezas, a nuestras lágrimas y a nuestras luchas, no para condenarnos, sino para levantarnos. Y al mismo tiempo, nos invita a imitarlo: a tener un corazón capaz de sentir con los demás, de detenernos ante el sufrimiento del hermano, de transformar la indiferencia en gestos concretos de amor.Seguir a Jesús es dejar que su compasión se haga carne en nuestras manos, en nuestras palabras y en nuestra vida.
En la unión con Dios, principio de toda luz, de toda sabiduría, de toda vida, encontraremos nuestro consuelo, nuestra alegría y nuestra fuerza. (Medios para conservar los frutos del retiro)
Los lirios del campo y las aves del cieloNo se preocupanporque están en mis manos.Tené confianza en mí,acá estoy junto a vos.Amá lo que sos y tus circunstancias.Estoy con vos, con tu cruz en mi espalda.Todo terminará bien.Yo hago nuevas todas las cosas.Yo vengo a traerte vida,vida en abundancia, en abundancia.Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida,Vida en abundancia, en abundancia.No hice al hombre para que esté solo.Caminen juntos como hermanos,sopórtense mutuamente,ámense unos a otros.La felicidad de la vida eternaempieza conmigo en la tierra.Sentite vivo,la fiesta del reino comienza acá.