Mientras se dirigía a Jerusalén, Jesús pasaba a través de Samaría y Galilea.Al entrar en un poblado, le salieron al encuentro diez leprosos, que se detuvieron a distancia y empezaron a gritarle: ¡Jesús Maestro, ten compasión de nosotros!Al verlos, Jesús les dijo: Vayan a presentarse a los sacerdotes.Y en el camino quedaron purificados.Uno de ellos, al comprobar que estaba curado, volvió atrás alabando a Dios en voz alta y se arrojó a los pies de Jesús con el rostro en tierra, dándole gracias. Era un samaritano.Jesús le dijo entonces: ¿Cómo, no quedaron purificados los diez? Los otros nueve, ¿dónde están? ¿Ninguno volvió a dar gracias a Dios, sino este extranjero?Y agregó: Levántate y vete, tu fe te ha salvado.
Podemos engarzar este texto con el domingo pasado. Los diez leprosos tienen fe como un grano de mostaza. Piden compasión y Jesús les da una indicación y allá van. En el camino se curan y Jesús mismo confirma que la fe los ha salvado.Jesús cura a diez leprosos enviándolos a los sacerdotes para que les autoricen a volver a sus familias porque están sanos. El relato podía haber terminado aquí. Al evangelista, sin embargo, le interesa destacar la reacción de uno de ellos.Los leprosos desaparecen de escena. Nada sabemos de ellos. Parece como si nada se hubiera producido en sus vidas. Sin embargo, uno de ellos «comprueba que está curado» y comprende que algo grande se le ha regalado: Dios está en el origen de aquella curación. Entusiasmado, vuelve «alabando a Dios en alta voz» y se postra con el rostro en tierra (gesto de adoración por excelencia) «dando gracias a Jesús».Lucas, agrega, que era un samaritano. La ley, el templo y los sacerdotes no lo habían cegado; pudo descubrir la mano de Dios en su cuerpo, en su piel, en la sanación obrada en él y volvió a quien, con su palabra creadora, lo había sanado. Supo reconocer que la ley, el templo y el sacerdote, estaban presente en quien con su palabra lo había re-creado. Los otros nueve, siguen su camino. Van al templo a presentarse a los sacerdotes, pues estos eran los que daban el certificado de sanación y la consecuente posibilidad de volver a la comunidad, a la familia.Sin duda que están agradecidos, pero no fueron capaces de descubrir a Dios en la persona de Jesús Maestro. No pudieron descubrir a Dios en la palabra sanadora, recreadora de Jesús. El “siempre se hizo así”, “la Ley lo manda”, los cegó, los incapacitó para descubrir a Dios en Jesús.También nos puede pasar a nosotros, menesianos, que no descubramos la mano sanadora, curadora, liberadora de Jesús en el Templo de la escuela y creamos que tenemos que ir a buscarlo a la “iglesia”.Dios habita el templo de la escuela, como también lo hace en la creación toda, en especial en toda creatura. Dios obra milagros en el templo de la escuela. Dios sana en el templo de la escuela. Dios dialoga con nosotros en el templo de la escuela. Dios se sienta en las aulas en el templo de la escuela.Son pocos los que lo descubren y proceden en consecuencia, muchos siguen caminando hacia el templo-iglesia donde esperan encontrarse con los sacerdotes, que con su mirada los confirmen sanos desde fuera.Quien descubre a Dios en el templo de la escuela, vive su hacer educativo como misión, vive las relaciones con los niños y jóvenes como lazos con el mismo Dios, toma las frustraciones y los fracasos como aprendizajes, pues sabe que no es su obra sino la de Dios la que está haciendo.Quien descubre a Dios en el templo de la creación, de la escuela, del otro, vive agradecido, vive alabando a Dios, vive abierto a la trascendencia, vive conectado con lo más propio, vive sabiéndose creatura y como tal volcado a Dios, vive de pie y en paz. Este es el llamado que nos hace el evangelio de hoy: vivir agradecidos, pues el agradecimiento nos abre, nos descentra, para centrarnos en el dador de todo bien.
Jesús y los enfermos:Estos siempre se le acercan, siempre le piden algo, siempre suelen conseguir lo que desean. Aquí el pedido es grupal y no personal. Quieren la sanación de la lepra. Jesús no se la niega. Los envía a los sacerdotes. Sólo uno de ellos descubrió que Dios “atiende” no sólo en la persona de los sacerdotes y en el templo, sino en la persona de Jesús y a él vuelve. ¿Dónde siento que Dios “atiende”? El actuar de Dios viene mediado por nuestros hermanos, en especial los pequeños. ¿Lo descubro en ellos o tengo que ir a buscarlo a otros lugares?
¿Y cuándo conozcamos y comprendamos hasta qué punto nos ha amado, nuestra admiración y nuestro agradecimiento podrán permanecer en silencio? No. No, Hermanos míos, constantemente su alabanza estará en nuestros labios, y cantaremos sus grandezas y sus misericordias. (Sobre el cielo, S. IV 1286 ss.)
Tengo tanto que agradecer,no hay palabras suficientes.Tu amor me rescató,tu gracia me transformó.Me viste caminando sin rumboy tu misericordia me alcanzó.No soy la misma de ayer,nueva criatura soy.Sabes que te amo, mi Señor.Sabes que te adoro con todo mi corazóny que agradezco todo lo que me has dado.¡Gracias, Jesús!Sabes que te amo, mi Señor.Sabes que te adoro con todo mi corazóny que agradezco todo lo que me has dado.¡Gracias, mi Dios!Tengo tanto que agradecer.Tus obras no me dejan de asombrar.Mi adorado Redentorme sigues demostrando tu bondad.