San Andrés Dung-Lac y compañeros, mártires

Levantado los ojos, Jesús vio a unos ricos que ponían sus ofrendas en el tesoro del Templo.
Vio también a una viuda de condición muy humilde, que ponía dos pequeñas monedas de cobre y dijo: Les aseguro que esta pobre viuda ha dado más que a nadie.
Porque todos los demás dieron como ofrenda algo de lo que les sobraba, pero ella, de su indigencia, dio todo lo que tenía para vivir.

¡Cuánto amor, cuánta generosidad, cuánta confianza en la providencia hay que tener para ofrecer todo lo que se tiene! Qué maravillosa confianza en Dios tenía esta mujer que sabe que no necesita más que a Él para vivir. Santa Teresa decía “Quien a Dios tiene nada le falta. Solo Dios basta”. Si tenemos a Dios ¿qué más necesitamos?

El tesoro del Templo estaba situado en el Atrio de las mujeres y consistía en trece alcancías en forma de trompeta con la abertura muy grande; en ese lugar se produce la antítesis entre los ricos que echan grandes cantidades de lo que les sobra y la pobre viuda que echa todo lo que tenía para vivir, dos moneditas de cobre llamadas cuadrantes.
La viuda pobre nos muestra como el Reinado de Dios está actuando ya en la persona de Jesús, transformando la realidad “normal” para todos, ya que los más generosos no son los que dan más, sino los que se desprenden y entregan totalmente. En el momento de echar, en el tesoro del Templo, todo lo que tenía para vivir, la viuda se confía total y solamente en Dios, le confía la totalidad de su vida, por eso ella acumula un tesoro en el cielo que nadie le quitará y es rica a los ojos de Dios.

Dar de lo que nos sobra, mostrar nuestra ofrenda, dar a conocer a los demás todas las cosas en las que colaboramos, ¿a dónde nos conduce? ¿qué busco con estas actitudes?
Dar lo que no nos sobra por amor a Dios y al prójimo es tener la certeza de que Dios sólo nos basta. Que no es necesario atarnos a ningún dinero ni a nada material, que él seguirá acompañando mi vida y tendré lo que necesito. Entregarnos totalmente a Dios es la mayor de las donaciones.

¿Podremos nosotros como la viuda desprendernos de las cosas materiales sabiendo que de nada nos sirven?
¿Podremos como la viuda poner todo lo que tenemos y somos en manos de Dios?
¿ Podremos desprendernos de lo material con tanta generosidad como ella?
¿Podremos abandonarnos a la providencia a Dios Solo?

Jesús valora la ofrenda no por la cantidad sino por la donación de nosotros mismos en ella.


Llevémos la vida con resignación e incluso con alegría, y aprendamos a desprendernos de todo, a confiar en Dios sólo: Él nunca nos falla. Él está siempre cerca de nosotros, para iluminarnos, consolarnos, fortalecernos. Por tanto, si estamos ciegos, tristes y débiles, es porque no nos volvemos a él con una fe suficientemente viva y una confianza suficientemente tierna. Hija mía, que Dios sólo sea todo para nosotros.

Día a día encerrados
en los muros de hoy.
Es el mundo apurado
que a nadie puede esperar.

Y es fácil perderse
o dejarse engañar.
No hay tiempo para pensar
o detenerse a un lado y mirar
que es mi hermano
el que no puede esperar.

No dejemos que a la vida la atrape
el mundo de hoy en su vaivén.
Ofrecerla es mejor que ser piezas
en un juego de ajedrez.
Si podemos entregar la vida
al servicio de Aquél,
Aquel Dios que ha venido
no a ser servido,
sino a servir, sino a servir.

No es fácil el caminar
cuando quieres seguir
a ese Rey que su vida dio
gota a gota hasta morir,
ese Dios que llama hoy a ser hermanos,
al amor, a la alegría de vivir.


San Andrés Dung-Lac fue un sacerdote vietnamita nacido en 1795. Desde joven se convirtió al cristianismo y sintió el llamado al sacerdocio. Fue ordenado sacerdote y se dedicó con gran celo a anunciar el Evangelio, catequizar a los fieles y ayudar a los pobres. Para evitar las persecuciones, a veces cambiaba de nombre y se refugiaba en distintos lugares, pero continuaba sirviendo con valentía.
En aquella época, entre los siglos XVIII y XIX, el cristianismo estaba prohibido en Vietnam, y los gobernantes perseguían cruelmente a los cristianos. Muchos sacerdotes, catequistas y fieles laicos fueron arrestados, torturados y ejecutados por no renunciar a su fe.
Andrés Dung-Lac fue arrestado varias veces. Sus fieles lo ayudaban a pagar su liberación, pero finalmente fue capturado de nuevo junto con otro sacerdote, Pedro Thi, y ambos fueron martirizados en 1839 por mantenerse firmes en su fe en Jesucristo.
En total, fueron 117 mártires vietnamitas: sacerdotes nativos y extranjeros, catequistas, padres y madres de familia, campesinos y laicos que ofrecieron su vida por amor a Cristo. Todos ellos dieron testimonio valiente de su fe, perdonaron a sus perseguidores y murieron con serenidad y confianza en Dios.
Fueron canonizados por el papa San Juan Pablo II el 19 de junio de 1988.