Jesús hablaba a sus discípulos de su venida:Tengan cuidado de no dejarse aturdir por los excesos, la embriaguez y las preocupaciones de la vida, para que ese día no caiga de improviso sobre ustedes como una trampa, porque sobrevendrá a todos los hombres en toda la tierra.Estén prevenidos y oren incesantemente, para quedar a salvo de todo lo que ha de ocurrir. Así podrán comparecer seguros ante del Hijo del hombre.
Lo último que Jesús les dice a sus discípulos y a quienes creen en lo que él dijo, es que se cuiden, con vigilancia y oración, para que no se les “embote la mente”. Propiamente, lo que dice Jesús es que no dejen que les opriman o se les sobrecargue los corazones. Todos, en efecto, tenemos peligro de pasar por situaciones o, lo que es peor, orientar nuestra vida de forma que el corazón se embote. Y cuando el corazón se embota, con ello la mente se incapacita para ver lo que realmente nos ocurre. Nada influye tanto en la mente como los afectos y los sentimientos que ocupan y cargan el corazón. Cada ser humano es lo que son sus afectos. La afectividad es la fuerza interior que dirige nuestras vidas.Pero Jesús dice más. Lo que embota el corazón y la mente es la postura, la opción fundamental, del que solo piensa en sí, en su propio bienestar y disfrute de la vida, de los placeres y del dinero que los puede costear. De sobra sabemos que eso nos incapacita para vernos por dentro, y para ver lo que realmente nos conviene. De eso es lo que Jesús no previene. Porque un individuo que va así por la vida es un peligro para sí mismo y para todo el que se roce con él.Si Jesús dice esto, no es para amargarnos la vida. Ni para reprimir lo que nos hace felices. El problema está en distinguir con cuidado que una cosa es la diversión y otra la fiesta. En la fiesta compartimos la felicidad. En la diversión alimentamos el burdo egoísmo del que solo piensa en sí. Y eso es lo que embota el corazón y la mente, y lo que nos impide ver lo que realmente ocurre en la vida, en el mundo, en la sociedad y en la Iglesia. De ahí, la importancia que tiene estas palabras de Jesús al cierre del año litúrgico.
Todos ustedes desean, hijos míos, ser admitidos un día en el reino de Dios y saborear eternamente la felicidad que él prepara para sus elegidos. Vengo a mostrarles hoy el camino que conduce a ese final feliz que desean alcanzar. Vengo a mostrarles a Jesucristo marchando primero por la ruta que Él nos ha abierto… si quieren estar asociados a su gloria, es necesario que compartan sus oprobios y sus dolores. (Sobre el sufrimiento, S. VI, 1990)
Me he hecho tantas preguntasintentando entender.Me he lanzado a buscartesin saberte ver.Me he asomado al abismo.Me he atrevido a saltar y caer.Y un huracánromperá el cielo desde mi garganta,gritándote:¿dónde estás cuando me haces falta?Y me han dado respuestas,pero no sé qué hacer.He prometido seguirtesin entender.Y hay un eco en lo hondoque me empuja hacia ti,y aunque sea sin sentirtete buscaré.Y un huracánromperá el cielo desde mi gargantagritándote:¿dónde estás cuando me haces falta?Estoy aquí en el silencio.Estoy aquí en este viento.Estoy aquí, soy este trozo de pan.Estoy aquí en tu lamento.Estoy aquí en este eco.Estoy aquí, soy este trozo de pan.Y un huracánromperá el cielo desde mi gargantagritándote:¿dónde estás cuando me haces falta?Estoy aquí – (y un huracán)(romperá el cielo desde mi garganta)estoy aquí, Estoy aquí (gritándote)soy este trozo de pan.Y tu huracánromperá el cielo desde mi garganta,gritándome: ¡Cuánto me haces falta!