San Carlos de Foucauld

Al entrar en Cafarnaúm, se le acercó un centurión, rogándole: Señor, mi sirviente está en casa enfermo de parálisis y sufre terriblemente.
Jesús le dijo: Yo mismo iré a curarlo.
Pero el centurión respondió: Señor, no soy digno de que entres en mi casa; basta que digas una palabra y mi sirviente se sanará. Porque cuando yo, que no soy más que un oficial subalterno, digo a uno de los soldados que están a mis órdenes: «Ve», él va, y a otro: «Ven», él viene; y cuando digo a mi sirviente: «Tienes que hacer esto», él lo hace».
Al oírlo, Jesús quedó admirado y dijo a los que lo seguían: Les aseguro que no he encontrado a nadie en Israel que tenga tanta fe. Por eso les digo que muchos vendrán de Oriente y de Occidente, y se sentarán a la mesa con Abraham, Isaac y Jacob, en el Reino de los Cielos
.

La curación de hoy corresponde a un extranjero, es un anticipo de la misión de la Iglesia entre los paganos. El centurión es un pagano al servicio de Herodes Antipas y el enfermo es un “chico” que es su criado.

El oficial se acerca a Jesús con humildad, sensibilidad y cortesía, ya que no quiere que el Señor entre a su casa y se “contamine” por ser él un “no judío”, un pagano; además el centurión demuestra una fe inmensa que le hace creer que no es necesario que Jesús vaya a su casa, pues basta que diga una palabra y podrá sanar a su criado a la distancia. El Maestro Nazareno queda impactado y alaba la inmensa fe del pagano como ejemplo para los judíos y para sus discípulos (as).

Lo primero que mueve y empuja a acercarse a Jesús es la necesidad, la búsqueda de solución ante su urgencia. Si bien lo que necesita es la sanación de su sirviente, lo hace sin esperar y con rapidez, ni siquiera puede esperar a que vaya Jesús a su encuentro. Esto nos ayuda a nosotros a descubrirnos tantas veces así, desesperados; tantas veces nos apremia de tal forma la necesidad que corremos buscando a Dios, para que sea Él que de fin al momento que estamos pasando, pero esto no lo podemos dar como supuesto.

Entonces es bueno preguntarse ¿busco a Dios como la verdadera solución a lo que me sucede?, ¿soy capaz de rogarle como hizo el centurión?, ¿insisto en la súplica o me dejo vencer rápido si no encuentro la respuesta que quería?

Y la segunda actitud del centurión es la de la humildad. La expresión: “no soy digno de que entres en mi casa”, es la mejor síntesis. No es un hombre religioso, no conoce acerca de la Escritura y menos conoce sobre quién es el hombre al que le está hablando. Pero sí sabe quién es él, no se cree más de lo que es, y por eso pide en verdad, porque no pide ni más de lo que necesita. Y pide con la frente baja, pide rogando, pide casi de rodillas, porque la oración, la humildad y el pedido son una síntesis perfecta que el corazón del Maestro no resiste.

Ante tan magnífica actitud a la hora de pedir, es bueno que nosotros nos preguntemos: ¿mi oración tiene como principio la humildad?, ¿pido aceptando lo que Dios pueda tener pensado para mí?

La urgencia y la humildad, dos momentos en los que todos muchas veces estamos. Que sea sin duda la humildad la que siempre acompañe nuestra oración, nuestra súplica ante nuestra urgencia.


Rechaza todo pensamiento de malhumor y reanima sin cesar el espíritu de fe por la meditación y la oración. (Carta al H. Hno Ambrosio)

Yo no soy digno de que entres en mi casa,
mas di una palabra
y bastara para sanarme.

Yo no soy digno de tocarte con mis labios
tan agrietados por la fiebre y por la sed.
Yo no soy digno de que entres en mi cuerpo
tan invadido por la enfermedad.

Pero tu vienes a sanarme
y me visitas en mi casa
y te recibo en sacramento
porque tu amor lo quiere así.

Tú dices quiero y así me sanas.
Yo no era digno, tú me haces digno.
Me vivificas y me levantas.
Gracias, Señor, por venir a mí.


CARLOS DE FOUCAULD (1858-1916) fue un militar, explorador, monje y misionero francés, conocido por su profunda conversión espiritual y su vida de contemplación y fraternidad entre los más pobres.
Nació en una familia noble en Estrasburgo. Quedó huérfano siendo niño y llevó una juventud alejada de la fe, dedicándose al ejército y a una vida cómoda. Sin embargo, tras una expedición en Marruecos y el testimonio de la fe de los musulmanes, comenzó a sentir inquietudes espirituales.
En 1886 vivió su conversión al cristianismo, guiado por el sacerdote Huvelin. Desde entonces, buscó imitar a Jesús viviendo una vida sencilla, humilde y de adoración. Ingresó como monje trapense, pero sintió el llamado a una vida aún más pobre y oculta.
Se hizo sacerdote y se trasladó al desierto del Sahara, en Argelia, donde vivió entre los pueblos tuareg. Allí aprendió su lengua, creó un diccionario y se dedicó a ser hermano universal, sin buscar convertir, sino amar y acompañar.
Fundó la espiritualidad de los Pequeños Hermanos y Hermanas de Jesús, inspirada en la vida de Nazaret: sencillez, oración, fraternidad, y presencia silenciosa del amor de Dios.
Murió asesinado el 1º de diciembre de 1916 durante un ataque en Tamanrasset, Argelia. Fue beatificado en 2005 y canonizado en el 2022.