San Francisco Javier

En aquel tiempo Jesús llegó a orillas del mar de Galilea y, subiendo a la montaña, se sentó.
Una gran multitud acudió a él, llevando paralíticos, lisiados, ciegos, mudos y muchos otros enfermos.
Los pusieron a sus pies y él los curó.
La multitud se admiraba al ver que los mudos hablaban, los inválidos quedaban curados, los paralíticos caminaban y los ciegos recobraban la vista. Y todos glorificaban al Dios de Israel.
Entonces Jesús llamó a sus discípulos y les dijo: Me da pena esta multitud, porque hace tres días que están conmigo y no tienen qué comer. No quiero despedirlos en ayunas, porque podrían desfallecer en el camino.
Los discípulos le dijeron: ¿Y dónde podríamos conseguir en este lugar despoblado bastante cantidad de pan para saciar a tanta gente?
Jesús les dijo: ¿Cuántos panes tienen?
Ellos respondieron: Siete y unos pocos pescados.
Él ordenó a la multitud que se sentara en el suelo; después, tomó los panes y los pescados, dio gracias, los partió y los dio a los discípulos.
Y ellos los distribuyeron entre la multitud.
Todos comieron hasta saciarse, y con los pedazos que sobraron se llenaron siete canastas.

En el texto del evangelio de hoy, nos narran un milagro, una segunda multiplicación de panes que alimenta a una multitud necesitada. No es simplemente compartir, ni tampoco un acto de magia, el milagro es un signo de que el esperado está presente, el banquete ha comenzado, los males cesan, todos dan gloria a Dios.

Jesús, presente por su encarnación en la realidad de nuestro mundo, nos enseña la compasión, porque no es indiferente a lo que acontece. Los evangelios lo repiten: Jesús siente compasión de las gentes y responde a sus necesidades, también a las más inmediatas del dolor, la enfermedad y el hambre. Sus acciones, movidas por la compasión, y que cumplen las antiguas promesas, además de remediar esos males, tienen un sentido directamente salvífico.

Hoy debemos ser capaces de acoger las pistas que el evangelista nos va dejando en este relato, pues nos indican la ruta a seguir en nuestra vida y especialmente en este tiempo de Adviento. Asumiendo el riesgo de simplificar demasiado, pero buscando facilitar buenos propósitos de adviento podríamos destacar las siguientes acciones de Jesús: curar, aliviar, alimentar. Esa misión puede ser la nuestra hoy: acercar a Jesús, llevar el pan a los demás ¿Lo estamos haciendo?

Mirando el texto de hoy vemos cómo Jesús tiene compasión. ¿Tengo compasión por los problemas de la humanidad? ¿Hago algo?


Vayan, enseñen a esos pobres pequeños, que en esas regiones lejanas esperan con ansiedad que se les rompa y se les distribuya el pan de la divina palabra” (S. VII)

Un niño con su canasta llegó,
cinco panes y dos peces llevó.
La gente miraba con asombro.
Un milagro en el monte se formó.

Jesús alzó sus manos al cielo,
partió el pan con un buen deseo.
el hambre se desvaneció ahí
Y todos comieron hasta el fin.

Cinco panes se volvieron miles.
La esperanza nunca tiene fin.
Con fe el mundo puede cambiar,
un milagro siempre puede llegar.

La multitud con su alma llena
agradecía la mano que enseña
Jesús mostraba con humildad
que compartir es la verdadera bondad.

El amor es como esos panes,
multiplica lo poco que tiene.
donde hay celo falta el pan.
Un corazón abierto siempre da más.


San Francisco Javier (1506-1552) fue uno de los grandes misioneros de la Iglesia y uno de los primeros compañeros de San Ignacio de Loyola. Nació en Navarra, España, en una familia noble. Estudió en la Universidad de París, donde conoció a Ignacio, quien lo ayudó a descubrir su vocación. En 1534, junto a otros compañeros, fundaron la Compañía de Jesús (los jesuitas) y fue ordenado sacerdote en 1537.
Enviado como misionero por el papa, Francisco Javier viajó a la India, Japón y otras regiones de Asia. Predicó el Evangelio con gran pasión, aprendió lenguas locales y ayudó a los pobres y enfermos. Fundó comunidades cristianas y formó catequistas que continuaran su obra. Fue pionero en la evangelización de Japón, y tenía el deseo de llegar a China, aunque no pudo lograrlo.
Su vida estuvo marcada por un profundo amor a Dios y un ardiente deseo de llevar el mensaje de Cristo a todos los pueblos. Murió en 1552 en la isla de Sanchón (cerca de China), agotado por el trabajo misionero. Fue canonizado en 1622 y es patrono de las misiones y de Oriente. Su testimonio sigue inspirando a muchos misioneros en el mundo.