San Juan Damasceno

En aquel tiempo Jesús dijo a sus discípulos: No son los que me dicen: Señor, Señor, los que entrarán en el Reino de los Cielos, sino los que cumplen la voluntad de mi Padre que está en el cielo.
Así, todo el que escucha las palabras que acabo de decir y las pone en práctica, puede compararse a un hombre sensato que edificó su casa sobre roca.
Cayeron las lluvias, se precipitaron los torrentes, soplaron los vientos y sacudieron la casa; pero esta no se derrumbó porque estaba construida sobre roca.
Al contrario, el que escucha mis palabras y no las practica, puede compararse a un hombre insensato, que edificó su casa sobre arena.
Cayeron las lluvias, se precipitaron los torrentes, soplaron los vientos y sacudieron la casa: esta se derrumbó, y su ruina fue grande.

Esta enseñanza de Jesús nos invita a una fe concreta, vivida y firme. No basta con decir “Señor, Señor” ni con tener gestos religiosos exteriores; lo que realmente nos une a Dios es vivir según su voluntad. Jesús nos muestra que la verdadera fe se construye como una casa sólida, edificada sobre roca: esa roca es su Palabra puesta en práctica.

Cuando escuchamos el Evangelio y lo vivimos —cuando perdonamos, compartimos, servimos, somos honestos, amamos incluso cuando cuesta— estamos construyendo nuestra vida sobre una base firme. Esto no nos libra de las dificultades: las lluvias, los vientos y las tormentas llegarán igual. Son los problemas, las pruebas, los momentos de dolor o confusión. Pero si nuestra vida está cimentada en Cristo, podremos resistir, permaneciendo firmes, con paz y esperanza.
En cambio, si nuestra fe es solo palabra y no transforma nuestra vida, somos como quien construye sobre arena. Todo parece ir bien mientras no hay tormenta, pero cuando llega la dificultad, todo se derrumba porque no hay fundamento.

Jesús hoy nos invita a revisar sobre qué estamos construyendo nuestra vida. ¿Sobre emociones pasajeras, sobre seguridades humanas, sobre la comodidad? O sobre Él, que es roca firme, fiel y eterna.
Construir sobre roca requiere esfuerzo, constancia y confianza. Pero es la única manera de tener una vida sólida, con sentido, capaz de resistir cualquier tempestad.
Que el Señor nos dé un corazón que escucha… y que pone en práctica.


Si construimos sobre la roca que es Jesús, recuerden que nadie es más fuerte que Él. Dice S. Juan Damasceno, que es una roca que las olas no pueden destruir. Es como una montaña que nadie puede mover. Todo cambia, todo cae alrededor de ella; las ciudades, los imperios mueren. Aquí abajo, nada es estable. Sólo apoyados sobre la roca que es Cristo nos mantenemos con una fuerza invencible, en medio de la agitación de las cosas humanas. Nada ni nadie nos hará caer” (En la fiesta de S. Pedro. S II, 541–42)

Sólo en Dios descansa mi alma,
porque de él viene mi salvación.
Sólo él es mi roca y mi alcázar.
Junto a él no vacilaré.

¿Quién sostiene la esperanza?
¿Quién consuela el dolor?
¿A quién confiar la vida?
¿En quién poner el corazón?

¿Quién acoge sin reservas?
¿Quién comparte su ración?
¿Quién acompaña la noche?
¿Quién se parte por amor?


San JUAN DAMASCENO fue un importante teólogo, monje y doctor de la Iglesia, nacido en Damasco hacia el año 675. Provenía de una familia cristiana que trabajaba al servicio del gobierno musulmán. Aunque tuvo una formación amplia en filosofía, ciencias y teología, abandonó su vida civil para dedicarse totalmente a Dios.
Se retiró al monasterio de San Sabas, cerca de Jerusalén, donde vivió como monje, dedicado a la oración, el estudio y la escritura. Fue uno de los grandes defensores del uso de las imágenes sagradas en la Iglesia, en un tiempo en que muchos querían prohibirlas. Enseñó que las imágenes ayudan a contemplar a Dios y a los santos, y que, así como Cristo se hizo visible al hacerse hombre, también era válido representar lo divino.
Murió hacia el año 749. Fue proclamado Doctor de la Iglesia en 1890. Es patrono de los teólogos, los iconógrafos y defensores de las imágenes sagradas. Su vida fue ejemplo de fe, sabiduría y amor a la verdad.