Santa Francisca Javiera Cabrini

María dijo: 
Mi alma canta la grandeza del Señor, y mi espíritu se estremece de gozo en Dios, mi salvador, porque él miró con bondad la pequeñez de tu servidora. 
En adelante todas las generaciones me llamarán feliz, porque el Todopoderoso he hecho en mí grandes cosas: ¡su Nombre es santo!
Su misericordia se extiende de generación en generación sobre aquellos que lo temen.
Desplegó la fuerza de su brazo, dispersó a los soberbios de corazón.
Derribó a los poderosos de su trono y elevó a los humildes.
Colmó de bienes a los hambrientos y despidió a los ricos con las manos vacías.
Socorrió a Israel, su servidor, acordándose de su misericordia, como lo había prometido a nuestros padres, en favor de Abraham y de su descendencia para siempre.

María es feliz porque Dios ha puesto la mirada en su pequeñez. Así es Dios con los sencillos. María lo canta con el mismo gozo con que bendice Jesús al Padre, porque se oculta a sabios y entendidos y se revela a los sencillos. La fe de María en el Dios de los pequeños nos hace sintonizar con Jesús.

Ella describe al Dios presente en la historia de su pueblo y cómo su mano poderosa acoge a los que sufren, a los que se creen olvidados, a los marginaos, a los débiles, enalteciéndolos para que recobren su dignidad y colmándolos de bienes para que disfruten de una vida más humana. Lo mismo que gritaba Jesús: los últimos serán los primeros. 

María nos invita a acoger la Buena Noticia de Jesús: Dios es de los pobres.
Pensemos en el paso de Dios por nuestras vidas y cantémosle agradecidos por todo lo que hemos recibido de él.

Y en este camino que nos lleva al nacimiento de Jesús, en este tiempo de Adviento, recorramos los rostros de los pequeños (niños y jóvenes) que habitan nuestra vida: en la escuela, en la familia, en las calles del barrio, ellos son nuestro Jesús a los que hoy debemos adorar con nuestro trabajo, haciendo que en sus vidas dejen de tener necesidades y estén llenos de alegría y paz.


Almas piadosas, ustedes todos hermanos míos, que desean saber por qué María les dice que el Señor ha mirado la humildad de su sierva: ”Ha mirado la humildad de su sierva”. ¡Palabra admirable! ¡Palabra profunda y verdaderamente sublime! En dos palabras, he ahí todo el Evangelio. No, no son solamente los privilegios de María y las gracias extraordinarias que ella ha recibido las que han atraído sobre ella la mirada favorable de su Dios. Pero ella es bienaventurada porque ella fue dulce y humilde de corazón. Ella ha caminado por las vías sencillas y comunes. Ella perseveraba, nos dice la Escritura, en la oración con las otras mujeres, no hacía nada que pudiese distinguirla de las otras. (Sermón sobre María)

Mi alma canta,
canta la grandeza del Señor,
Y mi espíritu
se estremece de gozo en Dios
mi salvador.

Porque miró con bondad
la pequeñez de su servidora.
Porque miró con bondad
la pequeñez de su servidora,
en adelante todas las gentes
me llamarán feliz,
me llamarán feliz,
me llamarán feliz.

Derribó del trono a los poderosos
y elevó a los humildes,
Colmó de bienes a los hambrientos
y despidió a los ricos con las manos vacías.

Mi alma canta la grandeza del Señor
y mi espíritu se estremece de gozo en Dios,
mi salvador.
Mi alma canta,
canta la grandeza del Señor
y mi espíritu
se estremece de gozo en Dios,
mi salvador.

Nacida en Lombardía, el 15 de julio de 1850.  Huérfana de padre y de madre, Francisca habría querido retirarse a un convento, pero su pedido no fue aceptado por motivo de su frágil salud. Se dedicó entonces a cuidar un orfanato. Apenas diplomada como maestra, con algunas compañeras formó el primer núcleo del Instituto de las Hermanas Misioneras del Sagrado Corazón de Jesús, bajo la protección del Santo misionero Francisco Javier: Cuando más tarde pronunció los votos religiosos, Francisca asumió ese nombre.
El papa Francisco dijo de su espíritu misionero: “Formar y enviar por todo el mundo mujeres consagradas, con un horizonte misionero sin límites, no simplemente como auxiliares de institutos religiosos o misioneros varones, sino con un propio carisma de consagración femenina, en plena y total disponibilidad a la colaboración ya sea con las Iglesias locales que con las diversas congregaciones que se dedicaban al anuncio del Evangelio ad gentes”.
Se ocupó también de huérfanos y enfermos. Puso en acción obras en Italia, Francia, España, Gran Bretaña, varias zonas de los Estados Unidos, América Central, Argentina y el Brasil.  Proclamada Santa por Pío XII el 7 de julio de 1946, gracias a su compromiso en 1950 se convirtió en la “Celeste Patrona de todos los Inmigrantes”.  Murió el 22 de diciembre de 1917 en el hospital para los inmigrantes que había construido en Chicago y fue canonizada por Pío XII en 1946.