San Juan de Kety

Cuando llegó el tiempo en que Isabel debía ser madre, dio a luz un hijo.
Al enterarse sus vecinos y parientes de la gran misericordia con que Dios la había tratado, se alegraban con ella.
A los ocho días, se reunieron para circuncidar al niño, y querían llamarlo Zacarías, como su padre; pero la madre dijo: No, debe llamarse Juan.
Ellos le decían: No hay nadie en tu familia que lleve ese nombre.
Entonces preguntaron por señas al padre qué nombre quería que le pusieran.
Éste pidió una pizarra y escribió: Su nombre es Juan.
Todos quedaron admirados.
Y en ese mismo momento, Zacarías recuperó el habla y comenzó a alabar a Dios.
Este acontecimiento produjo una gran impresión entre la gente de los alrededores, y se lo comentaba en toda la región montañosa de Judea.
Todos los que se enteraron guardaban este recuerdo en su corazón y se decían: ¿Qué llegará a ser este niño? porque la mano del Señor estaba con él.

Zacarías está mudo. El ángel lo ha dejado sin poder contar ni una palabra a Isabel de lo que le ha ocurrido. Nueve meses largos de espera en silencio es tiempo suficiente para recobrar la paz y la serenidad. Zacarías había aceptado con dolor este sufrimiento y había aprendido a ser humilde. Por eso su lengua se «desata» en el momento oportuno. Ni él ni nadie lo esperaba.

Isabel concibió a Juan en su seno, mientras Zacarías, en silencio, recobró la fe y confianza en Dios. En ambos se da el milagro. La vida espiritual se construye en base a pequeños o grandes milagros que se dan en esa esfera íntima del alma, que sólo Dios y cada uno conoce. Pero no por ello dejan de ser milagros. Dios toca con su mano nuestras almas más a menudo que nuestros cuerpos. Porque Dios quiere engendrar en cada uno de nosotros a un hombre nuevo mediante la humildad, el crecimiento de nuestra fe, y de nuestra confianza.

El anuncio de la Navidad, con su nuevo nacimiento tan cercano ya, nos debe estimular. Quien nace es también como en el caso de Zacarías, un hombre nuevo, un hombre tocado por Dios.
Salgamos al encuentro de Jesús, preparemos nuestro espíritu, no dejemos que todo se vaya en lo exterior, porque es un tiempo precioso para crecer, para engendrar a Jesús más y más en el corazón. La medida de nuestra felicidad, de nuestra gratitud y alegría, como la de Zacarías, dependerá de habernos dejado a nosotros mismos y haber aceptado el querer de Dios. La oración es el medio para fortalecer estas convicciones, la caridad el instrumento para hacerlas creíbles a los ojos de los demás.

Isabel y Zacarías demuestran que les importa más cumplir la voluntad de Dios que la opinión de sus parientes. Y lo llamaron Juan, “como Dios manda”.


Qué dichosos somos de pertenecer a este pequeño rebaño, que el Señor se ha escogido y que conduce por caminos tan dulces con una solicitud tan tierna. (Carta al p. Querret, 16-11-1814)

Por aquellos días
Le llegó el tiempo a Isabel.
Parientes, vecinos,
se alegraron con ella,
porque grande se manifestó
el Dios de Israel,
Pues dio a luz a un hijo
aun siendo estéril y vieja.
Y aunque todos pensaban
en llamarlo como el padre,
se opuso Isabel:
Su nombre será Juan, les dijo,
y todos comentaban.
¿cómo puede ser?

Juan, su nombre es Juan.
Es voz que prepara el camino al Señor.
Juan, su nombre es Juan,
profeta, bautista,
enviado de Dios.

Luego a Zacarías
le fueron a preguntar
si le parecía bien
el nombre de su hijo.
Mas al no poder
Con sus palabras expresar
lo que el ángel
en el templo
un día le dijo,
pidiendo una tablilla
escribía convencido:
Su nombre es Juan.
Y en el mismo momento
a Dios alabó y bendijo
al poder hablar.

Pronto se quedaron asombrados
los vecinos
y en toda Judea
comentaban lo ocurrido.
Los que se enteraban
preguntaban: ¿qué va a hacer,
cuando el niño crezca,
porque Dios está con él?
Creciendo se hizo fuerte
y fue a vivir en el desierto.
Y un día volvió
y ya, como el Bautista,
regresó llamando al pueblo
a la conversión.


Juan de Kety (o Juan Cancio) fue un sacerdote, conocido por su gran inteligencia, humildad, caridad y austeridad, llegando a ser profesor y decano en la prestigiosa Universidad de Cracovia, y canonizado en 1767.
Nació en Kety, Polonia, y estudió en la Universidad de Cracovia, donde obtuvo un doctorado en filosofía y luego enseñó teología, Sagradas Escrituras y filosofía.
Fue un maestro brillante, pero más reconocido por su generosidad y humildad, inspirando a estudiantes y pobres por igual, a menudo compartiendo sus bienes con los necesitados y viviendo una vida sencilla.
Practicaba una gran austeridad. Realizó peregrinaciones a Roma y Jerusalén, soportando las dificultades con gran fe.
Es patrono de Polonia y de los seminaristas y clérigos dedicados a los estudios