Santa Paula Isabel Cerioli

Zacarías quedó lleno del Espíritu Santo y dijo proféticamente:
Bendito sea el Señor, el Dios de Israel, porque ha visitado y redimido a su Pueblo, y nos ha dado un poderoso Salvador en la casa de David, su servidor, como lo había anunciado mucho tiempo antes, por boca de sus santos profetas, para salvarnos de nuestros enemigos y de las manos de todos los que nos odian.
Así tuvo misericordia de nuestros padres y se acordó de su santa Alianza, del juramento que hizo a nuestro padre Abraham de concedernos que, libres de temor, arrancados de las manos de nuestros enemigos, lo sirvamos en santidad y justicia, bajo su mirada, durante toda nuestra vida.
Y tú, niño, serás llamado Profeta del Altísimo, porque irás delante del Señor preparando sus caminos, para hacer conocer a su Pueblo la salvación mediante el perdón de los pecados; gracias a la misericordiosa ternura de nuestro Dios, que nos traerá del cielo la visita del Sol naciente, para iluminar a los que están en las tinieblas y en la sombra de la muerte, y guiar nuestros pasos por el camino de la paz.

Zacarías canta de alegría porque la promesa de Dios se cumple.
Ya viene el sol que nace de lo alto, que guiará nuestros pasos por el camino de la paz.
Y su hijo será el que lo preceda, lo anuncie y lo muestre a los hombres, que buscan en las tinieblas un rayo de esperanza.
Todos somos Juan Bautistas, anunciadores de esta gran noticia.
Hay mucha tiniebla, mucha desesperanza en nuestro mundo.
Es hora de anunciar que Dios está con nosotros.


Alégrense pues, hijos míos; son el pequeño rebaño que Jesús ha bendecido y sobre el que vela con la más tierna solicitud; pone entre ustedes y el mundo, su enemigo, barreras que no podrá sobrepasar, ni romper. Él mismo está en medio de ustedes para cuidarlos y defenderlos. Es su pastor y nada les faltará.

Cuando río, florece mi pecho,
cuando canto, se enciende mi voz.
La tristeza se va deshaciendo
como sombra que ilumina el sol.

Alegría que sana, alegría que mueve.
Comparto mi risa
y el mundo se enciende.
alegría que brilla, alegría que danza.
Mi espíritu vuela
y mi cuerpo vibra.

La montaña me invita a danzar,
el sol me empuja a vivir.
El tambor resuena en mis pasos.
Con la tierra soy un solo latir.

Alegría, medicina,
se multiplica al cantar.
Quien la siente la contagia
como el viento al circular.


Santa Paula Isabel Cerioli (1816–1865) fue una religiosa italiana, esposa, madre y fundadora, conocida por su gran caridad y su entrega a los más necesitados.
Nació el 28 de enero de 1816 en Soncino, Italia, en el seno de una familia humilde. Desde joven vivió con profunda fe cristiana. Se casó con Carlos Cerioli y tuvo cuatro hijos, pero sufrió el doloroso golpe de la muerte de todos ellos a temprana edad. Poco después quedó viuda.
Lejos de encerrarse en el sufrimiento, Paula Isabel transformó su dolor en amor y servicio. Movida por su confianza en la Providencia, comenzó a acoger huérfanos y niños pobres, especialmente en la zona rural de Bérgamo. Para dar continuidad a esta misión fundó en 1857 la congregación de las Hermanas de la Sagrada Familia, dedicadas a la educación cristiana, la atención de huérfanos y el cuidado de los pobres.
Su vida fue un ejemplo de fortaleza, fe y maternidad espiritual, viendo en cada niño abandonado el rostro de Jesús. Murió el 24 de diciembre de 1865, en la vigilia de Navidad, dejando una obra profundamente evangélica.