Hechos 1, 15-17.20-26 Salmo 112, 1-8
Jesús dijo a sus discípulos: Como el Padre me amó, también yo los he amado a ustedes. Permanezcan en mi Amor. Si cumplen mis mandamientos, permanecerán en mi amor, como yo cumplí los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor.Les he dicho esto para que mi gozo sea el de ustedes y ese gozo sea perfecto.Este es mi mandamiento: Ámense los unos a los otros, como yo los he amado. No hay amor más grande que dar la vida por los amigos. Ustedes son mis amigos si hacen lo que yo les mando.Ya no los llamo servidores, porque el servidor ignora lo que hace su señor; yo los llamo amigos, porque les he dado a conocer todo lo que oí de mi Padre.No son ustedes los que me eligieron a mí, sino yo el que los elegí a ustedes, y los destiné para que vayan y den fruto, y ese fruto sea duradero.Así todo lo que pidan al Padre en mi Nombre, él se lo concederá. Lo que yo les mando es que se amen los unos a los otros.
Como el Padre me ama, así los amo yo a ustedes. Permanezcan en mi amor. Tenemos aquí lo más central del evangelio de Juan y de sus cartas: la revelación de Dios amor(1 Jn 4,8.16). Esto quiere decir que todo su ser consiste en amarnos; no sabe ni quiere ni puede hacer otra cosa. Todo tiene su fundamento en el amor infinito, que es Dios. Y nuestra vida, que Él crea y conduce amorosamente, es la gloria de Dios, según la inspirada frase de San Ireneo: «la gloria de Dios es el hombre vivo». O como decía San Clemente de Alejandría: “Dios creó al hombre no porque tuviera necesidad de él, sino para tener en quien poner sus beneficios”.Creados por ese amor, elegidos en ese amor y obedientes a él, damos fruto abundante y duradero. Quien orienta su vida a impulsos del amor experimenta además la alegría de Jesús: “Les he dicho esto para que mi gozo sea el de ustedes y ese gozo sea perfecto”.Nuestro interior suele estar cargado de imágenes y sentimientos de obligación y culpabilidad, de auto-exigencias e imperativos ciegos que, en vez de orientar nuestra conciencia hacia la libertad responsable, la vuelven egocéntrica y temerosa. A partir de ahí, proyectamos lo religioso como el campo del deber, no de la gratuidad del amor, de la ley y no del Espíritu que hace libres, de la culpa y no del encuentro personal con Dios que nos ama tal como somos y nos invita a dejarnos transformar por su mismo amor.Nuestro discurso religioso se carga de ley, de obligación y de culpa: Debemos cumplir con Dios, tenemos la obligación de ir a misa, debemos guardar los mandamientos. Dios queda allá, distante, impositivo y exigente; y nosotros aquí, sometidos y expectantes, esperando el premio o temiendo el castigo. Nos hemos hecho un dios a nuestra imagen, ajeno totalmente al Dios de Jesús que es amor, ternura y misericordia infinita.Podemos decir, pues, que el progreso en la vida cristiana consiste en ir aprendiendo a creer en el amor de Dios. Lo dijo Jesús a la Samaritana: “¡Si conocieras el don de Dios…!” (Jn 4,10). Y San Clemente Romano dice: “No es posible decir a qué alturas nos puede llevar el amor. El amor nos une a Dios; el amor «cubre multitud de pecados». El amor lo aguanta todo, lo soporta todo (1Co 13,7). El amor conduce a la perfección a los elegidos de Dios y, sin Él, no hay nada que agrade a Dios. Por el amor, el Maestro nos atrae hacia Él. Por su amor a nosotros, Jesucristo nuestro Señor, según la voluntad de Dios, derramó su sangre por nosotros, ofreció su carne por nuestra carne, entregó su vida por nuestras vidas” (1ª Corintios, 49).No hay cosa que transforme más la vida de una persona que el saberse amada de verdad. Si creemos que Dios nos ama con todo su ser, que no piensa sino en nuestro bien, que es incapaz de castigar, que lo único que quiere es ayudarnos a realizarnos como personas y ser felices, nuestra vida ciertamente será distinta. (Carlos Cardó SJ)
MÁXIMA«Permanezcan en mi amor«
Ámense los unos a los otros; vivan juntos en una perfecta unión; no tengan más que un solo corazón y una sola alma. (Al hno. Esteban María, 09-01-1853)
A mi Padre pediréun defensor cuando me vaya,que en mi nombre siempre esté,mi Espíritu que nunca falla.Será quien les irá enseñandoa comprender y a recordar qué les decía.El mundo no lo reconoce ni lo ve,mas estará siempre en sus vidas.El que me ama guardarámis mandatos y palabra.Permanezcan en mi amorcomo yo en el que me envió.Junto al padre yo vendréa morar en quien me ama.Como el Padre lo amaréy a él me manifestaré.A todos les doy mi paz,que es distinta a la del mundo.Es la paz que da sembrar el amordonde está oculto.Restituyan al caído y den perdónpara hacer un mundo nuevo.En mi tendrán la confianzay el valor de anunciar el nuevo reino.En poco tiempo marcharé,más me verán, pues estoy vivo.Vuelvo a mi Padre ¡alégrense!Es más que yo que soy su Hijo.Aunque me voy, no queden tristes:Volveré, lo digo, cuando aún no ha ocurrido,para que alegres por creertodos estén al volver a reunirnos.