17 de febrero de 2025

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Evangelio del día

Los 7 fundadores de la orden de los Siervos

Génesis 3, 23; 4, 1-15. 25
Salmo 49, 1. 8. 16-17. 20-21

En aquel tiempo llegaron fariseos, que comenzaron a discutir con él. Y, para ponerlo a prueba, le pedían un signo del cielo.
Jesús, suspirando profundamente, dijo: ¿Por qué esta generación pide un signo? Les aseguro que no se le dará ningún signo.
Y dejándolos, volvió a embarcarse hacia la otra orilla.

Necesitamos otra mirada. El sentido común nos indica que nada bueno sale de poner a prueba a otra persona y que cuando nuestro objetivo no es limpio y lo ocultamos, no construye. En este relato Jesús se niega a hacer un signo ante los fariseos, porque no hace señales para “demostrar “nada, y, por otro lado, la señal sólo es posible para quien tiene una actitud de apertura hacia quien la hace. Ellos no querían demostración alguna, sino tener una excusa para atacarlo.

La vida cotidiana está llena de signos, pero sólo son accesibles para quien sabe ver. Ante la incapacidad de ver, el signo queda trivializado, vaciado de su real contenido. La capacidad de ver y reconocer esos signos es una cuestión de profundidad. Es una mirada profunda capaz de asombro y admiración, no utilitarista ni pragmática, sino desprendida y gratuita. Es precisamente ahí, en lo gratuito, donde dejamos espacio a Dios y somos capaces de embarcarnos con Jesús “a la otra orilla”, con otra mirada, con otras gentes, con otras necesidades.


Mantengamos nuestra mirada fija en las manos de nuestro Maestro, para obedecer al más ligero signo que nos haga, para dejarnos dirigir, llevar de su mano, como esos niños pequeños que no saben más que someterse y dejarse conducir. (A las Hnas de la Providencia)

Señor de los afligidos,
Salvador de pecadores,
mientras aquellos señores
de solemnes encintados,
llevan al templo sus dones,
con larga cara de honrados.
Ay que me gusta escucharte
cuando les dices:
‘la viuda, con su moneda chiquita
ha dado más que vosotros,
porque ha entregado su vida’.

Señor de las Magdalenas,
pastor de samaritanos,
buscador de perlas finas
perdidas en los pantanos,
cómo te quedas mirando
con infinita tristeza
al joven que te buscaba
y cabizbajo se aleja,
por quedar con su dinero.
¡Ay, qué difícil que pase
por esta aguja un camello!

Amigo de los humildes,
confidente de los niños,
entre rudos pescadores
escoges a tus ministros;
parece que todo fuera
en tu Evangelio sorpresa;
Dices: ‘felices los mansos
y los que sufren pobreza;
bendito son los que lloran,
los sedientos de justicia,
dichosos cuando os maldigan’.

‘Es hijo de los demonios’,
los fariseos decían,
‘se mezcla con los leprosos
y con mujeres perdidas,
el sábado no respeta.
¿Dónde vamos a parar
si ha decidido sanar
a toda clase de gente?
¡Es un hombre subversivo!
Ante tanta confusión
yo me quedo con lo antiguo.

Ellos miraban al cielo
y Tú mirabas al hombre,
cuando apartado en el monte
te entregabas a la oración;
sólo buscabas a Dios,
a tu Padre Santo y justo;
en el secreto nombrabas,
para que Tú los sanaras,
al hombre uno por uno,
y lo que el barro manchaba
tus ojos lo hicieron puro.